La arena y el viento, la espuma y el mar, la roca, el árbol, los pájaros felices de tanto cielo, y el agua bajando en cascadas o plumas heladas desde la cordillera enamorada que pare ríos cada vez más puros.
De los pájaros: el canto pleno, armonioso y duradero, libre como el aire libre.
De los vientos: la canción, el perfume y la fuerza.
Del mar: la magia eterna de los dioses salados y el cúmulo azulado que dibujan las piedras por donde las espumas simulan invisibles cordajes en sus besos.
De la roca: La errante mutación de los tiempos, graníticos colores encendidos y enhiestos; multitud de las sombras y enjambres de silencios por la enorme estatura malgastada de viento.
De la arena: la huella, el sendero, el camino; el lugar donde el hombre escribe su destino y los pastos reclaman la existencia del humus, y en la sed permanente reverdecen y crecen a pesar de la ausencia que siembra la sequía.
Del árbol: Sus edades, sus verdes testimonios y la policromía del padre del otoño que enciende las hogueras del sol sobre la tarde. De ese mismo árbol, la vida en alas que se extienden mas allá de los cielos y el ciclo irremediable aro tras aro siempre, rama tras rama siempre.
De la nieve: la astucia copiosa del silencio que denuncia que nieva y en el tiempo que dura helada blanca y plena, endurece en escarchas la escama de la tierra, y acurruca en sus brazos la nueva primavera.
Patagonia Argentina: bajo la Cruz del Sur, mía y eternamente libre conjuga cada verso con la fruta más dulce, y entera, grande y noble se juega por la vida, cada vez que la vida da a luz en su reverso para que de esta forma pueda nacer el hijo del canto más austral.
Ven, suelta tus alas y súbete al cóndor para mirar de arriba. Toma mi mano cual manantial que besa el verde del cañadón dormido. Trépate al lomo marrón de los guanacos para andar el milagro en la flecha y el viento. Si te animas me sigues como la noche suele seguir a las estrellas, podrás oír así, las coplas que escriben los silencios.
– Hugo Giménez Agüero –